Cuando era dragoncilla (y de eso hace ya más de seiscientos años) mi abuela nos preparaba unos niños deliciosos. Eran niños asados en su jugo, rebozados, escupidos al fuego, en pepitoria, al pil-pil, glaseados… Niños tiernos, apetitosos, únicos. Incluso, a veces, gemelos, en camada, a la pandilla. La mayoría, engordados por ella misma en su propio criadero, aunque también, y estos los recuerdo con fruición, niños recién robados, sustraídos a sus padres el día anterior.
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